Visita Cultural - Aldeas Alemanas en Entre Ríos.

Viaje 2024-04-24

Mire que lindo mi país paisano. Si usted lo viera como yo lo vi Un cielo limpio repartiendo estrellas La madre tierra cunando el maíz Un cielo limpio repartiendo estrellas La madre tierra cunando el maíz… El viernes me costó llegar de la Coquita. Sin celu, y habiendo caído en una zanja, salvada, por fin tomé la autopista hacia Rosario pues no quería perderme un día con las Guapas rumbo a Entre Ríos. Tanta ansiedad hizo que durmiera poco, pero el sábado, llegamos a tiempo donde pasó la Traffic y por fin salimos. 19 almas y un conductor rumbo a lo que sería un viaje de conocimiento geopolítico, social y gastronómico. En la Abadía, subieron las hijas de Gladys que fueron un enorme puntal en cuanto a información sobre la visita. Un rico aroma a yuyos y flores colmó el vehículo. Las chicas subieron con un mate grande que me hizo pensar que con el precio de la yerba esas jóvenes, seguro, eran acaudaladas. Creo que a partir de allí se abrió una especie de Portal gastronómico que primero se llamó desayuno y luego desborde. Enriqueta hacía malabares en el micro para servir café, con leche y sin. -¿Azúcar o edulcorante?-en fin, un mimo permanente a pesar de los baches, que no fueron pocos. Asistía Cuqui, también cuando hubo que recoger los residuos. Se sirvió una tarta gloriosa con ciruelas y… allí comenzó todo. La joven que oficiaba de guía, que agradezco haber conocido, nos alumbró con su sapiencia todo el camino. Visitamos una iglesia, un museo y el baño, obvio, para continuar con la pastafrola de Coqui, riquísima también, hasta llegar al restaurante alemán donde por supuesto continuamos con el abundante almuerzo regadito con cerveza artesanal. En fin, aflojábamos cierres y fajas y así pudimos llegar al sitio donde se venden artesanías y comidas locales, compramos salamines y hasta nos obsequiaron una bolsa de unos típicos rollitos dulces fritos que no sabría nombrar pero que supimos degustar. Y todavía faltaba la torta negra que el esposo de Carla amablemente nos había cocinado. ¡Dios! Nadie quería bajar al Parque Nacional en Diamante, pues entre el cansancio y todo lo engullido no podíamos movernos. En un esfuerzo sobrehumano llegué al stand donde me informé y acepté un pequeño ceibo para mi jardín. No recuerdo cómo volví al micro. Acalorada, plena de conocimientos ruso- alemanes de aquellas maravillosas aldeas, por fin me senté, de nuevo para enterarme que todavía faltaban las facturas que creo que llevó una agradable psicóloga. En fin, en el camino de vuelta algunas dormitaron, yo no lo logré. No podía acomodar mis excesos. Me encantó conocer a Las Guapas, saber más de la YWCA, pero sigo sosteniendo que, para la próxima, me pondré a dieta mínimo 2 meses antes. Graciela Medina Mire que lindo mi país paisano Si usted lo viera como yo lo vi Un cielo limpio repartiendo estrellas La madre tierra cunando el maíz Un cielo limpio repartiendo estrellas La madre tierra cunando el maíz… El viernes me costó llegar de la Coquita. Sin celu, y habiendo caído en una zanja, salvada, por fin tomé la autopista hacia Rosario pues no quería perderme un día con las Guapas rumbo a Entre Ríos. Tanta ansiedad hizo que durmiera poco, pero el sábado, llegamos a tiempo donde pasó la Traffic y por fin salimos. 19 almas y un conductor rumbo a lo que sería un viaje de conocimiento geopolítico, social y gastronómico. En la Abadía, subieron las hijas de Gladys que fueron un enorme puntal en cuanto a información sobre la visita. Un rico aroma a yuyos y flores colmó el vehículo. Las chicas subieron con un mate grande que me hizo pensar que con el precio de la yerba esas jóvenes, seguro, eran acaudaladas. Creo que a partir de allí se abrió una especie de Portal gastronómico que primero se llamó desayuno y luego desborde. Enriqueta hacía malabares en el micro para servir café, con leche y sin. -¿Azúcar o edulcorante?-en fin, un mimo permanente a pesar de los baches, que no fueron pocos. Asistía Cuqui, también cuando hubo que recoger los residuos. Se sirvió una tarta gloriosa con ciruelas y… allí comenzó todo. La joven que oficiaba de guía, que agradezco haber conocido, nos alumbró con su sapiencia todo el camino. Visitamos una iglesia, un museo y el baño, obvio, para continuar con la pastafrola de Coqui, riquísima también, hasta llegar al restaurante alemán donde por supuesto continuamos con el abundante almuerzo regadito con cerveza artesanal. En fin, aflojábamos cierres y fajas y así pudimos llegar al sitio donde se venden artesanías y comidas locales, compramos salamines y hasta nos obsequiaron una bolsa de unos típicos rollitos dulces fritos que no sabría nombrar pero que supimos degustar. Y todavía faltaba la torta negra que el esposo de Carla amablemente nos había cocinado. ¡Dios! Nadie quería bajar al Parque Nacional en Diamante, pues entre el cansancio y todo lo engullido no podíamos movernos. En un esfuerzo sobrehumano llegué al stand donde me informé y acepté un pequeño ceibo para mi jardín. No recuerdo cómo volví al micro. Acalorada, plena de conocimientos ruso- alemanes de aquellas maravillosas aldeas, por fin me senté, de nuevo para enterarme que todavía faltaban las facturas que creo que llevó una agradable psicóloga. En fin, en el camino de vuelta algunas dormitaron, yo no lo logré. No podía acomodar mis excesos. Me encantó conocer a Las Guapas, saber más de la YWCA, pero sigo sosteniendo que, para la próxima, me pondré a dieta mínimo 2 meses antes. Graciela Medina Mire que lindo mi país paisano Si usted lo viera como yo lo vi Un cielo limpio repartiendo estrellas La madre tierra cunando el maíz Un cielo limpio repartiendo estrellas La madre tierra cunando el maíz… El viernes me costó llegar de la Coquita. Sin celu, y habiendo caído en una zanja, salvada, por fin tomé la autopista hacia Rosario pues no quería perderme un día con las Guapas rumbo a Entre Ríos. Tanta ansiedad hizo que durmiera poco, pero el sábado, llegamos a tiempo donde pasó la Traffic y por fin salimos. 19 almas y un conductor rumbo a lo que sería un viaje de conocimiento geopolítico, social y gastronómico. En la Abadía, subieron las hijas de Gladys que fueron un enorme puntal en cuanto a información sobre la visita. Un rico aroma a yuyos y flores colmó el vehículo. Las chicas subieron con un mate grande que me hizo pensar que con el precio de la yerba esas jóvenes, seguro, eran acaudaladas. Creo que a partir de allí se abrió una especie de Portal gastronómico que primero se llamó desayuno y luego desborde. Enriqueta hacía malabares en el micro para servir café, con leche y sin. -¿Azúcar o edulcorante?-en fin, un mimo permanente a pesar de los baches, que no fueron pocos. Asistía Cuqui, también cuando hubo que recoger los residuos. Se sirvió una tarta gloriosa con ciruelas y… allí comenzó todo. La joven que oficiaba de guía, que agradezco haber conocido, nos alumbró con su sapiencia todo el camino. Visitamos una iglesia, un museo y el baño, obvio, para continuar con la pastafrola de Coqui, riquísima también, hasta llegar al restaurante alemán donde por supuesto continuamos con el abundante almuerzo regadito con cerveza artesanal. En fin, aflojábamos cierres y fajas y así pudimos llegar al sitio donde se venden artesanías y comidas locales, compramos salamines y hasta nos obsequiaron una bolsa de unos típicos rollitos dulces fritos que no sabría nombrar pero que supimos degustar. Y todavía faltaba la torta negra que el esposo de Carla amablemente nos había cocinado. ¡Dios! Nadie quería bajar al Parque Nacional en Diamante, pues entre el cansancio y todo lo engullido no podíamos movernos. En un esfuerzo sobrehumano llegué al stand donde me informé y acepté un pequeño ceibo para mi jardín. No recuerdo cómo volví al micro. Acalorada, plena de conocimientos ruso- alemanes de aquellas maravillosas aldeas, por fin me senté, de nuevo para enterarme que todavía faltaban las facturas que creo que llevó una agradable psicóloga. En fin, en el camino de vuelta algunas dormitaron, yo no lo logré. No podía acomodar mis excesos. Me encantó conocer a Las Guapas, saber más de la YWCA, pero sigo sosteniendo que, para la próxima, me pondré a dieta mínimo 2 meses antes. Graciela Medina